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Meditaciones diarias
1916. Escucha atenta del Espíritu Santo

1916. Escucha atenta del Espíritu Santo 19625y

8/6/2025 · 31:17
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Meditaciones diarias

Descripción de 1916. Escucha atenta del Espíritu Santo 1r1n2g

Meditación en la Fiesta de Pentecostés (C), predicada en un Centro del Opus Dei. Le pedimos al Espíritu Santo, con la oración Colecta, que realice «ahora también, en el corazón de tus fieles, aquellas maravillas que te dignaste hacer en los comienzos de la predicación evangélica». Pero, ya que no somos marionetas, necesitamos poner en juego nuestra libertad, lo que significa, en primer lugar, esforzarse por oír al Espíritu Santo, para seguir dócilmente sus inspiraciones. ¿Quieres anunciarte en este podcast? Hazlo con advoices.com/podcast/ivoox/874295 3vr4a

Lee el podcast de 1916. Escucha atenta del Espíritu Santo

Este contenido se genera a partir de la locución del audio por lo que puede contener errores.

Por la señal de la Santa Cruz, de nuestros enemigos, libran al Señor Dios nuestro, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

Señor mío y Dios mío, creo firmemente que estás aquí, que me ves, que me oyes. Te adoro con profunda reverencia.

Te pido perdón de mis pecados y gracia para hacer con fruto este rato de oración.

Madre mía inmaculada, San José, mi Padre y Señor, ángel de mi guarda, intercede por mí.

Hoy celebramos esta fiesta de Pentecostés. Pensaba que quizás, llenos de una santa audacia de niños, le podemos pedir al Señor una nueva Pentecostés para cada uno de nosotros, para nuestras almas.

También para el centro, también para todas las familias de las mujeres que vienen por este centro.

También le podemos pedir una Pentecostés para todos nuestros lugares de trabajo, pero sobre todo también para la Iglesia.

Un nuevo comienzo más lleno de la fuerza de Dios, que es la caridad sobrenatural, la caridad infusa del Espíritu Santo.

Esa caridad que al mismo tiempo que da consuelo, sana, limpia, purifica, descoria nuestros corazones.

Todas esas cosas, Señor, que a veces tenemos y que nos gustaría no tener, nos gustaría limpiar, pero que lo intentamos una y otra vez y vuelven y vuelven y no acaba de estar como una vieja lesión, no acaba de recuperarse uno del todo, parece que queda un dolorcillo y ahora no sé qué, y ahora no sé cuánto, pues todo eso es lo que le pedimos al Espíritu Santo, que convierta nuestros corazones en un corazón de metal puro, noble, que si no es oro, al menos que sea bronce, pero metal puro, bueno, libre de rencores, de malquerencias.

Y eso con nuestros corazones, pero si pensamos en nuestras mentes, esa nueva Pentecostés podría, Señor, pues hacernos a todos más capaces de entender tus caminos, las cosas que hace en referencia a ti.

Nuestra mente sería más capaz de descubrir la belleza de toda persona humana, también esa que a lo mejor me contraría o me pone un poco más nervioso, para descubrir también con nuestra inteligencia los hitos de nuestro camino al cielo y el de todas las personas, en fin, una nueva Pentecostés, algo novedoso.

Por eso en la oración colecta decimos, oh Dios, se dice unas cosas, derrama los dones de tu Espíritu sobre todos los confines de la tierra y realiza ahora también en el corazón de tus fieles aquellas maravillas que te dignaste hacer en los comienzos de la predicación evangélica.

Todos estos días de Pascua leemos siempre esas primeras lecturas, mejor dicho, que nos llenan un poco de envidia, Señor, porque vemos ahí la fuerza del Espíritu Santo.

Pero todo eso, todo eso, y en esta meditación nos vamos a fijar un poco más en ello, empieza por nuestro corazón, por el corazón de cada cristiano, de cada uno de nosotros, que somos templos del Espíritu Santo.

Porque al final, si todos escucháramos al Espíritu Santo en nuestro interior, si todos le hiciéramos caso al Espíritu Santo, a esas emociones, a esos impulsos en nuestro corazón, si todos fuéramos dóciles, si todos fuéramos conscientes, a esos impulsos en nuestro corazón, si todos fuéramos dóciles, pues se lograría el tener una sola alma, todos los cristianos, todos los de la obra, todos los del centro, todos los de una familia, y vibrar al unísono.

Porque el Espíritu Santo es el que nos da, es el que produce esa unidad.

Igual que un cuerpo que tiene una única alma está vivo, coordinado, todo es armónico, cuando se parte un trozo, cuando se separa del alma, pues eso muere.

Nosotros, Señor, si tuviéramos esa sola alma, que es el Espíritu Santo, viviríamos llenos de contento.

Pues, como dice la segunda lectura, todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en nombre de Dios.

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