29-05-2025 El consuelo de Dios - 10 Minutos con Jesús 4d5i43

Señor mío y Dios mío, creo firmemente que estás aquí, que me ves, que me oyes.

Te adoro con profunda reverencia. Te pido perdón de mis pecados y gracia para hacer con fruto este rato de oración. Madre mía inmaculada, San José mi padre y señor ángel de mi guarda, interceded por mí. En verdad, en verdad os digo, vosotros lloraréis y os lamentaréis. Mientras el mundo estará alegre, vosotros estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en alegría. Al leer estas palabras tuyas, Jesús, en el evangelio de hoy, me he acordado de esa bienaventuranza que pronunciaste en el sermón de la montaña.

Bienaventurados los que lloran, porque serán consolados. Y consolador, precisamente, es uno de los nombres con que llamamos al Espíritu Santo. Hoy, precisamente, comienza el decenario al Espíritu Santo, porque faltan diez días para la solemnidad de Pentecostés. Y vamos a hablar de ese consolador, de ese consuelo de Dios a los que lloran. Dios como consuelo, pues aparece bastante en la escritura. El profeta Isaías dice, como alguien a quien su madre consuela, así yo os consolaré. Y en Jerusalén seréis consolados. Y también aparecen los salmos.

Por ejemplo, el salmo 18 dice, languidecen mis ojos por tu promesa, mientras dicen, ¿cuándo me consolarás? De hecho, el pueblo de Israel espera un Mesías que será el consuelo de Israel. Así se le llama.

En el relato de la presentación de Jesús en el templo, ¿te acuerdas cuando aparece ese anciano Simeón? Y el evangelista lo describe como un hombre justo y religioso que esperaba la consolación de Israel.

También San Pablo habla de Dios como el Dios de la paciencia y de la consolación.

Así que es algo muy frecuente en toda la escritura. Y una de las figuras más enigmáticas del Mesías, de ese consolador, es el siervo doliente de Isaías. Ese siervo doliente que es una imagen de un siervo que padece todo tipo de sufrimientos, con quien Cristo se identificará plenamente durante su pasión. De hecho, Cristo recitará pasajes de ese siervo doliente de Isaías mientras va sufriendo.

Y es que la fuente de toda consolación verdadera se encuentra precisamente, Jesús, en el misterio de tu pasión, de tu muerte y de tu resurrección. Gracias a tus sufrimientos y a tu cruz, ya no hay, Señor, ninguna pena ni sufrimiento humanos que no puedan recibir consuelo y paz para quien se acerque con confianza a ti, Señor. Sólo en Jesús toda persona que atraviesa una prueba encontrará el consuelo y la paz que necesita.

Porque como dice la carta a los hebreos, no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino que de manera semejante a nosotros ha sido probado en todo excepto en el pecado. Gracias Jesús, porque nos comprendes, porque has sufrido para comprendernos. Cuando San Juan Pablo II visitó el campo de concentración de Auschwitz, conmovido por ese escenario de tanto sufrimiento y de crueldad, dijo, si Cristo no hubiera muerto en la cruz, no podríamos estar seguros de que nos comprende. Me encanta esta expresión, porque es como para, Señor, darte gracias y no parar. Para poder consolarnos has querido entrar en el pozo de nuestros sufrimientos, de modo que ya nadie puede decir que su sufrimiento no es comprendido por ti.

Y es que el sufrimiento tiene siempre algo de soledad, de incomprensión. Al final el sufrimiento se sufre solo. Nadie puede sufrir por otro.

Pero cómo consuela, precisamente en esa experiencia tan solitaria en el fondo, cómo consuela tener a alguien que comprende mis sufrimientos. Y sólo tú Jesús, el siervo doliente, despreciado y rechazado de los hombres, varón de dolores y experimentado en el sufrimiento, maltratado como cordero llevado al matadero, así lo describís a ellas, sólo tú puedes comprender y consolar todo sufrimiento en lo más hondo de nuestro corazón.

Y en tu amable consuelo, precisamente, encuentra el hombre un gozo inesperado, un gozo más hondo y muy superior incluso al que da la salud y el bienestar.

Desde luego, quizá una de las situaciones vitales más alejadas de esa verdadera alegría es, paradójicamente, esa vida de bienestar autosuficiente que el mundo proclama, en la que no se necesita a nadie ni a Dios, una vida individualista, pendiente de pequeños placeres y satisfacciones, pues desde luego.