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CRÍMENES QUE MARCARON ESPAÑA
El caso del crimen oculto en una Maleta en Menorca

El caso del crimen oculto en una Maleta en Menorca 4m3v5a

3/6/2025 · 31:08
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CRÍMENES QUE MARCARON ESPAÑA

Descripción de El caso del crimen oculto en una Maleta en Menorca 32161n

Mahón, 2008. Una isla susurra bajo el sol. Un niño de ocho años llega con una maleta roja, buscando a su madre. Pero ella guarda un secreto. Una bañera, un bosque, una mentira que dura dos años. Adéntrate en Crímenes que marcaron España. Descubre un crimen que estremeció Menorca. Un relato que duele, que interroga. Escucha, y desentraña el silencio de una doble vida. 2w4g15

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Este contenido se genera a partir de la locución del audio por lo que puede contener errores.

Mahón, verano de 2008. La brisa salada acaricia las calas de Menorca, donde las olas susurran secretos. En una calle adoquinada, una casa guarda un silencio más pesado que el mar.

Un niño de nueve años llega con una maleta roja, sus ojos brillan bajo el sol. Busca a su madre, pero ella teje una mentira. Días después, el bosque de Vinidalí oculta algo.

Una maleta, devorada por la maleza. Un cuerpo que no debería estar allí. Una madre que sonríe mientras el mundo ignora. Una familia rota. Un pueblo estremecido. Una verdad enterrada bajo dos años de engaños. Esto es Crímenes que marcaron España.

Hoy, el caso del crimen oculto en una maleta en Menorca.

Detrás de los hechos, conozcamos las personas clave de este relato.

César Juanatey, ocho años, esa edad en la que todo es descubrimiento, en la que un verano parece durar para siempre, y cada pequeño hallazgo, una concha, un insecto, un dibujo a lápiz, se guarda como un tesoro. César Juanatey era un niño de sonrisa discreta, algo tímido, pero con una chispa viva en los ojos. Nacido y criado en Noia, un pueblo marinero de la costa de Acoruña, creció entre el olor a salitre, las redes colgando de los muelles y el rumor constante del mar. Su mundo era pequeño, pero pleno, una casa humilde en Acorredoira, donde vivía arropado por el cariño constante de sus abuelos, María y Víctor. Ellos eran su refugio y su hogar. Completaba ese círculo familiar Alberto Torón, su figura paterna, a quien llamaba papá, con la naturalidad de quien nunca necesitó otra palabra.

En el colegio Felipe de Castro, César pasaba las mañanas dibujando en los márgenes de los cuadernos, garabateando su nombre en los estuches y compartiendo sus últimos cromos de fútbol. Fan de Naruto y de todo lo que implicara acción, emoción o fantasía, guardaba sus cómics como si fueran joyas. Le gustaba atrapar bichos con cubiletes de plástico, observarlos con la curiosidad callada de los niños, que entienden más de lo que dicen. Se adaptaba a todo con una dulzura silenciosa, a la ausencia de su madre, a los cambios de entorno, a las preguntas a medias que flotaban entre los adultos. Con Alberto compartía tardes enteras viendo anime, leyendo juntos o paseando por la playa. Había en ellos un vínculo sereno, sencillo, lleno de gestos cotidianos que no necesitaban explicaciones.

El niño, de zapatillas gastadas y mirada atenta, crecía rodeado de afecto. A pesar de todo, en julio de 2008, cuando llegó el verano, César se preparó para algo grande. Iba a volar sólo por primera vez. Su maleta roja estaba lista, ropa doblada con esmero, cómics escondidos entre camisetas y una ilusión palpable por reencontrarse con su madre, Mónica, que hacía tiempo vivía lejos, en Menorca. Para él, aquel viaje era la promesa de un verano distinto, lleno de cosas nuevas que contar. Lo esperaba con una mezcla de nervios, esperanza y esa confianza ciega que sólo tienen los niños. Porque César aún no sabía lo que el mar, en esa isla lejana, estaba a punto de guardar en silencio. Mónica Juanatey Fernández, 29 años, una edad en la que muchas personas ya se han asentado.

Pero Mónica parecía vivir a medias, con un pie en el presente y otro en algún lugar que sólo ella conocía. Nacida en Noia, una villa marinera de la costa gallega, fue hija de pescadores. De joven, era habitual verla por el puerto, empujando el carrito de su hijo César entre saludos y conversaciones fugaces. Tenía un aire risueño, sencillo, una mujer normal a ojos de quienes la rodeaban, aunque en su interior ya se empezaban a trazar las grietas. Fue madre muy joven, a los 18 años. Durante años, crió a César junto a Alberto Torón, su pareja de entonces, a quien todos conocían como el padre del niño. Hubo un tiempo en que hablaron de boda, de construir algo juntos. Pero aquello se quebró sin aviso. Un amor nuevo, un amor conocido por todos.

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