
Capítulo 367. El jueves prepascual. Preparativos en el Getsemaní 6v6p5i
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Capítulo 367. El jueves prepascual. Preparativos en el Getsemaní Meditamos el Evangelio con María Valtorta Todos los derechos reservados. Está permitido –para facilitar la difusión de la obra radiofónica que aquí se presenta- su reproducción total o parcial, sin necesidad del permiso previo y por escrito del titular (aunque se agradece su notificación al propietario). [email protected] 📌Si desea colaborar con nuestro proyecto, puede hacerlo en obras de caridad a personas necesitadas dentro de su propia comunidad, ofreciendo el sacrificio como ofrenda a nuestro Señor📌 1v1a2g
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Capítulo 367 El jueves prepascual Preparativos en el Getsemaní, apenas un principio de aurora, mas ya los hombres imitan a las aves, que huyen con sus primeros vuelos y trabajos y cantos del día.
La casa del Getsemaní poco a poco se va despertando y se ve precedida por el maestro, que regresa ya de la oración hecha en las primeras luces del alba, después de una noche entera de oración, pero no entra.
Se va despertando poco a poco el cercano campo de los Galileos en la planicia del Monte de los Olivos y gritos y llamadas van por el aire sereno, atenuados por la distancia, aunque suficientemente netos como para comprender que los píos peregrinos reunidos allí de un momento a otro van a reanudar las ceremonias pascuales interrumpidas la noche anterior.
Se despierta la ciudad más abajo.
Empieza el clamor que la llena, superpoblada en estos días, con los rebusnos de los burlitos, de hortelanos y vendedores de corderos que se apretujan en las puertas para entrar, y con el llanto, qué conmovedor, de centenares de corderos que montados en carros o dentro de vastos, más o menos grandes o simplemente a hombros, se dirigen a su trágico destino y llaman a las madres.
Lloran su lejanía sin saber que deberían llorar la vida que tan precozmente llega a su fin.
Y sigue aumentando sin cesar el rumor en Jerusalén por el ruido de los pasos en las calles y las llamadas de una terraza a otra o de estas a la calle o viceversa.
Y el rumor llega como el de las ondas marinas atenuado por la distancia hasta la serena hondonada del Getsemaní.
Un primer rayo de sol corta el aire en dirección a una exquisita cúpula del templo y lo inflama toda como si un sol hubiera descendido a la tierra.
Un pequeño sol posado encima de un cándido pedestal pero bellísimo a pesar de su pequeñez.
Los discípulos y las discípulas miran irados ese punto de oro.
Es la casa del Señor, es el templo.
Para comprender lo que era este lugar para los israelitas basta ver cómo fijan en él sus miradas.
Parecen ver relampallar entre el rutilar del oro encendido por el sol la faz santísima de Dios.
Adoración y amor patrio, santo orgullo de ser hebreos aparecen evidentes en esas miradas, más que si hablaran los labios.
Porfiria, que no ha vuelto a Jerusalén desde hace muchos años pierde incluso lágrimas de emoción mientras inconscientemente aprieta el brazo de su marido que le está señalando no sé qué con la mano y se abandona un poco sobre él como una recién casada enamorada de su esposo irada de él, feliz de ser por él instruida.
Entretanto, las otras mujeres hablan suavemente casi en monosílabas para consultarse lo que debe hacerse este día.
Anastática, todavía sin práctica y un poco ajena a este nuevo ambiente está ligeramente separada absorta en el corazón.
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